Hace varios años, durante una crisis económica, el pastor de una iglesia no consideró tal situación una dificultad, sino una oportunidad. Entonces, se reunió con el intendente de la ciudad y preguntó: «¿Qué puede hacer nuestra iglesia para ayudar?». El intendente quedó sorprendido. Por lo general, la gente iba a pedirle ayuda, pero allí estaba aquel pastor ofreciéndole los servicios de toda una congregación.
Juntos, elaboraron un plan para ocuparse de varias necesidades imperiosas. El año anterior, más de 20.000 ancianos no habían recibido ninguna visita. Cientos de niños sin hogar necesitaban una familia. Y muchos otros chicos precisaban ayuda en la escuela. No todo requería recursos financieros, pero sí tiempo y dedicación. Eso era lo que la iglesia tenía que dar.
Jesús les habló a sus discípulos sobre un día futuro en que les diría a sus seguidores fieles: «Venid, benditos de mi Padre, y heredad el reino» (Mateo 25:34). Como esta frase los sorprendería, les explicó: «en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (v. 40).
La obra de Dios se hace cuando damos generosamente el tiempo, el amor y los recursos que Él nos ha provisto.