Cuando el crucero atracó, los pasajeros desembarcaron lo más rápido posible. Cientos de ellos habían pasado los últimos días aquejados por un virus. Cuando entrevistaron a uno, declaró: «Bueno, no tengo intención de quejarme mucho. Lo único que quiero decir es que todos estábamos en el mismo barco». Su juego de palabras aparentemente involuntario hizo que el reportero sonriera.
En Mateo 8, leemos sobre otro viaje por agua ( vv. 23-27) . Jesús subió a la barca y los discípulos lo siguieron ( v. 23) . Más tarde, se desencadenó una tormenta terrible, y estos hombres tenían miedo de ahogarse. Entonces, despertaron a Jesús, suponiendo que no estaba al tanto del problema.
Aunque el Señor estaba literalmente en el mismo barco, no le preocupaba el clima. Al ser el Creador todopoderoso, no le temía a la tormenta: «levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza» ( v. 26) .
Sin embargo, nosotros no somos todopoderosos, sino tremendamente propensos al miedo. ¿Qué debemos hacer cuando las tormentas de la vida rujan a nuestro alrededor? Aunque pasen pronto o no, podemos confiar en esto: estamos en el mismo barco que Aquel a quien el viento y el mar le obedecen.