Hace poco, falleció un amigo mío al que le gustaba pescar. Por lo general, pasaba los fines de semana en su pequeño bote en un lago cercano, pescando. El otro día, recibí una carta de su hija, donde me decía que, como su padre se había ido al cielo, había hablado de ese tema con sus nietos. El de seis años, al que también le encanta pescar, explicó cómo era el cielo y lo que estaba haciendo su bisabuelo: «Es realmente hermoso, y Jesús le está mostrando al abuelo dónde están los mejores lugares para pescar».
Cuando Pablo registró la visión que Dios le había dado del cielo, no le alcanzaban las palabras. Declaró que «fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar» (2 Corintios 12:4) . Las palabras no pueden transmitir las realidades del cielo; quizá porque los seres humanos no somos capaces de comprenderlas.
Aunque nos dé cierto consuelo saber algunos detalles del cielo, no es ese conocimiento lo que nos da seguridad, sino conocer a Dios. Como lo conozco y sé cuán bueno es, puedo dejar esta vida con plena confianza de que el cielo será hermoso y que Jesús me mostrará «dónde están los mejores lugares para pescar»… ¡Dios es así!